Cuando la familia Lahusen llegò a estas tierras allà por mitad del siglo XIX, comenzò la construcciòn de distintas edificaciones sin percatarse que cerca vivìa un ser muy particular. Esta criatura, ni tonta ni perezosa, descubriò que era preferible vivir bajo un techo construido por estos nuevos pobladores que en medio del bosque como habìa hecho hasta el momento.
Las inclemencias del tiempo y los animales del monte ya no le molestarìan. Ademàs los humanos tenìan mucha comida acumulada, lo que le permitìa alimentarse sin riesgo y de forma mucho màs sencilla.
Pero un dìa el menor de los Lahusen, Hans, creyò oír algo en la despensa. Se acercò y al comienzo no vio nada. Despuès de algunos encuentros fallidos al fin descubriò lo que pasaba. Tras un primer susto natural comprendiò la naturaleza amistosa y lùdica de este pequeño duende que vivìa en la zona hacìa mucho tiempo.
Fueron amigos en secreto ya que, como sucede con todas las cosas màgicas, los adultos no comprenderìan què sucedìa. El duende le contò secretos de esta tierra, los cuales Hans con el tiempo puso en pràctica para plantar las uvas en los mejores sitios y lograr asì la mayor expresiòn del terruño que se mantiene hasta el dìa de hoy.
Esa amistad siguiò a travès de los años, hasta el dìa en que Hans muriò. A pesar de convertirse en un adulto, Hans siempre siguiò viendo al duende porque hizo lo ùnico que habìa que hacer, creer.
Hoy en dìa el duende sigue estando en la bodega, paseando entre los viñedos, cuidando de las barricas y las botellas, gastàndole bromas a la gente. Sòlo aquellos que estàn dispuestos a creer, que no han sido corrompidos por esa cosa que muchos llaman madurez, son capaces de oìrlo. Unos pocos pueden verlo, pero muchos descubriràn en los vinos de Los Cerros caracterìsticas casi màgicas.
Allì està la mano del duende. Los escèpticos buscaràn explicaciones cientìficas. El duende se rìe de ellos y brinda a la memoria de Hans.